Hasta el momento este blog funciona asi: elijo un lugar, un momento que en ese momento me inspire y escribo, busco las fotos y por último, trato de encontrar el tema que va a acompañarlo.
Esta vez recorro el camino inverso: hoy es la canción la que inspira el momento y el lugar.
Así fue que me encontré con este tema casi accidentalmente, y supe que iba a ser el nombre del próximo post, y sabía exactamente por qué…
Aunque por lejos este lugar no esté marcado como uno de los favoritos en mi mapa virtual; es el lugar que resonaba una y otra vez desde aquella vez que en 1993 me encontré con el Drácula de Coppola. Desde ese día adopté a esta historia como la preferida, leí los libros que había por leer; y miré la película tantas veces como para conocer los diálogos; siguiendo con una debilidad por las historias vampíricas que hasta el día de hoy permanece inmutable.
Esta vez recorro el camino inverso: hoy es la canción la que inspira el momento y el lugar.
Así fue que me encontré con este tema casi accidentalmente, y supe que iba a ser el nombre del próximo post, y sabía exactamente por qué…
Aunque por lejos este lugar no esté marcado como uno de los favoritos en mi mapa virtual; es el lugar que resonaba una y otra vez desde aquella vez que en 1993 me encontré con el Drácula de Coppola. Desde ese día adopté a esta historia como la preferida, leí los libros que había por leer; y miré la película tantas veces como para conocer los diálogos; siguiendo con una debilidad por las historias vampíricas que hasta el día de hoy permanece inmutable.
Y fue después de poco más de 15 años que finalmente Rumania se iluminó en el mapa y me recordó de aquel lugar perdido en Europa del Este que quedaba de camino entre Estambul y Praga.
Antes de llegar sabía que el castillo no era el castillo, y que la leyenda era en realidad más mito que historia, pero el misticismo e ilusión que prometían esas tierras fueron inevitables, y así seguimos el camino de La Historiadora; que después de la noche más corta y fugaz en Bucarest nos encontraría tomando el tren a Brasov; ciudad en la que nos quedaríamos para recorrer Transilvania.
No importa que la ciudad no rankee ni cerca del top 10. Hay que reconocer que los techos y casas con sus iglesias y castillos medievales tienen un encanto especial.
Y que por lejos la hermosa casa de huéspedes La Despani que Anu diseñó en el fondo de su propiedad, fue una de las mejores experiencias de ese viaje. Anu, que junto a su marido pensó cada detalle como si en esas habitaciones fueran a hospedarse sus familiares y/o amigos; como si en esa cocina fuese ella quien cocinaría… Sin contar con el encanto de su casa, y su cocina a la que nos invitaría a tomar un vino caliente para calentar el espítiru antes de partir…
Luego de 2 días fríos y lluviosos que no ayudaron demasiado, habíamos conocido Brasov, con su Iglesia Negra y su versión tragicómica del cartel de Hollywood; y Sinaia con su mal llamado pero maravilloso “Castillo” Peles (se trata ni más ni menos de un Palacio) el cual nos encontraríamos señalando poco tiempo después en “The brothers Bloom”.
Nos quedamos sin Bran: seguramente haya sido la mejor forma de no romper el mito o la magia… Creo que auto boicotee esa visita, ahora que lo recuerdo…
Y nos fuimos, después de 2 noches extrañas, en un lugar donde no entendíamos palabra y saludábamos en Italiano.
Subimos al tren que durante la noche bordearía los Cárpatos hasta Budapest, y mientras intentaba conciliar el sueño en ese camarote, cual Jonathan Harker pero sin mi diario; me sentí afortunada y un poco desilusionada (¿?) de regresar sana, cuerda y sin marcas en el cuello.